Hace poco me despertó una presencia en mi sueño. Presencia familiar, no extraña, tampoco agobiante, más bien serena.
Me dijo: "tienes 50, empieza a despedirte".
Pensaba que hace apenas 300 años viajar entre Europa y el nuevo continente era cosa de tres meses; con suerte talvez poco menos. Luego la máquina de vapor, en el siglo 18 acortó el viaje a un mes. Hoy 11 horas se nos hacen tediosas, hasta horribles sobre todo si viajamos en clase turista. Otras percepciones del tiempo, de las relaciones. En 11 horas es posible que no logres saber nada sobre tu vecino de asiento salvo si ronca o se lanza ventocidades. Pero claro, a quién le importa en estos tiempos de soledad y del culto a la taimada y ficticia individualidad. Hoy llegamos rápido pero ¿de qué nos hemos perdido por ello? ¿En esta época la gente vive más? ¿Pero vivir sin emoción, sin pasión, vidas oblicuas, apuradas por llegar no se sabe bien dónde ni por qué, realmente es vivir? ...
Las personas que amé, con las que viví un tiempo que en su momento parecía permanente. Hace unos días hacía un registro mental de sus nombres. De sus presencias que ya no están. Y entonces, qué somos. Qué soy, o más bien, qué seré. Si hoy efectivamente creo ser y tecleo estas letras en este preciso momento. ¿Y ellos? Ellos ya no están. Muchos han muerto. Demasiados. Es posible que se trate de la nostalgia inducida por las fechas de fin de año. Difícil evitar la banalidad cuando me ha acompañado persistentemente. La primera huida, la de mi padre. Me daba muchos besos por los que no podría darme en el futuro. Decir de mi madre. Un futuro que ya pasó. Luego mi abuela, con su historia crispada con lo que he sentido más de una vez: aquello que opone, que coharta, que impide que la solución se dé, que la cosa fluya. La vivencia de la traba que conduce a la derrota. Julio mi tio, a quien acompañé en su último trayecto con ...
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