Joseph Morder
Ayer la noche prometía ser otra de aquellas de domingo: al filo de ese continuo ir y venir de los últimos años.
Pero dando vueltas por la tv me encontré en el canal público ecuatoriano, que por cierto tiene una excelente programación, con un documental sobre Joseph Morder. Lo tomé ya iniciado, cosa que lamento.
Se trataba del reencuentro de Morder con la ciudad en la que había vivido su infancia. Con las huellas de sus lugares, algunos de los cuales ya no exitían, pero que, con todo, estaban ahí, con las marcas en el corazón, en la memoria y los rastros que dejan las cosas que alguna vez fueron. Por ejemplo, en lo que había sido una sala de cine, indicios de los puntos en los que habían estado las butacas.
El departamento familiar, que curiosamente estaba en una casa que frecuenté en mi adolescencia. Al recorrer aquel departamento en el film, yo recordaba aquel otro que visité muchas veces y que se encontraba precísamente en el piso inferior. Para él, aquel lugar tenía la fuerza de sus primeros recuerdos de infancia; para mi tenía la intensidad del primer amor correspondido. La densidad de la nostalgia cuando ves tu vida, cuando vuelves para mirar lo que fuiste y notar que de alguna manera eso se ha quedado en tí, pero también se ha ido.
La magia que se encuentra y que te sorprende, como en el momento que en el documental, mientras recobra sus vivencias en su antiguo hogar, se va la luz, se hace la obscuridad.
Me encanta pasear y recorrer el centro de Guayaquil, y cuando lo hago, hay muchos lugares que tienen una cinta atada en mi corazón.
(En la imagen, el edificio verde con la gran antena parabólica y que se ve a la izquierda, por la mitad antes de los edificios altos, es el colegio en el que estudié desde niño. Un poco más hacia la derecha, a tres cuadras, los multifamiriales en los que viví desde los tres hasta los 17 años)
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Silvio Rodríguez
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol
Hoy quisiera estrechar mi ciudad sumergida
Boca de los corales, alma de las esponjas
Dureza de las piedras que se encuentran a veces
Ojos de las estrellas de mar y los peces
Hoy te quiero cantar más allá
Más allá de donde ha de llegar la canción
¿Cómo voy a cambiarle el color a una ola?
¿Qué se puede querer, si todo es horizonte?
¿Qué le voy a enseñar a la suma del viento?
¿Qué le puedo objetar a una noche estrellada
Con mi vela amarilla y mi proa emparchada?
Hoy te quiero cantar más allá
Más allá de donde ha de llegar la canción
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol
Cada rizo del suelo es un sueño contado
Algo como un recuerdo, una imagen, un beso
Y en la espalda del día se queda ese algo
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol
Hoy te quiero cantar más allá
Más allá de donde ha de llegar la canción