El prisionero
à fin que … les traces de ma tombe disparaissent de dessus la surface de la terre comme je me flatte que ma mémoire s´effacera de l´esprit des hommes…
(a fin que… los rastros de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra como espero que mi recuerdo se desvanezca del espíritu de los hombres.
(Del testamento de Sade)
No te has desvanecido
las letras de tu nombre son todavía una cicatriz que
no se cierra,
un tatuaje de infamia sobre ciertas frentes.
Cometa de pesada cola fosfórea: razones-obsesiones,
atraviesas el siglo diecinueve con una granada de
verdad en la mano
y estallas al llegar a nuestra época.
Máscara que sonríe bajo un antifaz rosa,
hecho de párpados de ajusticiado,
verdad partida en mil pedazos de fuego,
¿qué quieren decir todos esos fragmentos gigantescos,
esa manada de icebergs que zarpan de tu pluma y en
alta mar enfilan costas sin nombre,
esos delicados instrumentos de cirugía para extirpar
el chancro de Dios,
esos aullidos que interrumpen tus majestuosos
razonamientos de elefante,
esas repeticiones atroces de relojería descompuesta,
toda esa oxidada herramienta de tortura?
El erudito y el poeta,
el sabio, el literato, el enamorado,
el maniaco y el que sueña en la abolición de nuestra
siniestra realidad,
Disputan como perros sobre los restos de tu obra.
Tú, que estabas contra todos,
eres ahora un nombre, un jefe, una bandera.
Inclinado sobre la vida como Saturno sobre sus hijos,
recorres con fija mirada amorosa
los surcos calcinados que dejan el semen, la sangre
y la lava.
Los cuerpos, frente a frente como astros feroces,
están hechos de lamisca substancia de los soles.
Lo que llamamos amor o muerte, libertad o destino,
¿no se llama catástrofe, no se llama hecatombe?
¿Dónde están las fronteras entre espasmo y terremoto,
entre erupción y cohabitación?
Prisionero en tu castillo de cristal de roca
cruzas galerías, cámaras, mazmorras,
vastos patios donde la vid se enrosca a columnas
solares,
Graciosos cementerios donde danzan los chopos
inmóviles.
Muros, objetos, cuerpos te repiten.
¡Todo es espejo!
Tu imagen te persigue.
El hombre está habitado por silencio y vacío.
¿Cómo saciar su hambre,
cómo poblar su vacío?
¿Cómo escapar a mi imagen?
En el otro me niego, me afirmo, me repito,
Sólo su sangre da fe de mi existencia.
Justina sólo vive por Juliet
las víctimas engendran los verdugos.
El cuerpo que hoy sacrificamos
¿no es el Dios que mañana sacrifica?
La imaginación es la espuela del deseo,
su reino es inagotable e infinito como el fastidio,
su reverso y gemelo.
Muerte o placer, inundación o vómito,
otoño parecido al caer de los días,
volcán o sexo,
soplo, verano que incendia las cosechas,
astros o colmillos,
petrificada cabellera de espanto,
espuma roja del deseo, matanza en alta mar,
rocas azules del delirio,
formas, imágenes burbujas, hambre de ser,
eternidades momentáneas,
desmesuras: tu medida de hombre.
Atrévete:
sé el arco y la flecha, la cuerda y el ay.
El sueño es explosivo. Estalla. Vuelve a ser sol.
En tu castillo de diamante tu imagen se destroza
y se rehace, infatigable.
Octavio Paz
París, 1947
(a fin que… los rastros de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra como espero que mi recuerdo se desvanezca del espíritu de los hombres.
(Del testamento de Sade)
No te has desvanecido
las letras de tu nombre son todavía una cicatriz que
no se cierra,
un tatuaje de infamia sobre ciertas frentes.
Cometa de pesada cola fosfórea: razones-obsesiones,
atraviesas el siglo diecinueve con una granada de
verdad en la mano
y estallas al llegar a nuestra época.
Máscara que sonríe bajo un antifaz rosa,
hecho de párpados de ajusticiado,
verdad partida en mil pedazos de fuego,
¿qué quieren decir todos esos fragmentos gigantescos,
esa manada de icebergs que zarpan de tu pluma y en
alta mar enfilan costas sin nombre,
esos delicados instrumentos de cirugía para extirpar
el chancro de Dios,
esos aullidos que interrumpen tus majestuosos
razonamientos de elefante,
esas repeticiones atroces de relojería descompuesta,
toda esa oxidada herramienta de tortura?
El erudito y el poeta,
el sabio, el literato, el enamorado,
el maniaco y el que sueña en la abolición de nuestra
siniestra realidad,
Disputan como perros sobre los restos de tu obra.
Tú, que estabas contra todos,
eres ahora un nombre, un jefe, una bandera.
Inclinado sobre la vida como Saturno sobre sus hijos,
recorres con fija mirada amorosa
los surcos calcinados que dejan el semen, la sangre
y la lava.
Los cuerpos, frente a frente como astros feroces,
están hechos de lamisca substancia de los soles.
Lo que llamamos amor o muerte, libertad o destino,
¿no se llama catástrofe, no se llama hecatombe?
¿Dónde están las fronteras entre espasmo y terremoto,
entre erupción y cohabitación?
Prisionero en tu castillo de cristal de roca
cruzas galerías, cámaras, mazmorras,
vastos patios donde la vid se enrosca a columnas
solares,
Graciosos cementerios donde danzan los chopos
inmóviles.
Muros, objetos, cuerpos te repiten.
¡Todo es espejo!
Tu imagen te persigue.
El hombre está habitado por silencio y vacío.
¿Cómo saciar su hambre,
cómo poblar su vacío?
¿Cómo escapar a mi imagen?
En el otro me niego, me afirmo, me repito,
Sólo su sangre da fe de mi existencia.
Justina sólo vive por Juliet
las víctimas engendran los verdugos.
El cuerpo que hoy sacrificamos
¿no es el Dios que mañana sacrifica?
La imaginación es la espuela del deseo,
su reino es inagotable e infinito como el fastidio,
su reverso y gemelo.
Muerte o placer, inundación o vómito,
otoño parecido al caer de los días,
volcán o sexo,
soplo, verano que incendia las cosechas,
astros o colmillos,
petrificada cabellera de espanto,
espuma roja del deseo, matanza en alta mar,
rocas azules del delirio,
formas, imágenes burbujas, hambre de ser,
eternidades momentáneas,
desmesuras: tu medida de hombre.
Atrévete:
sé el arco y la flecha, la cuerda y el ay.
El sueño es explosivo. Estalla. Vuelve a ser sol.
En tu castillo de diamante tu imagen se destroza
y se rehace, infatigable.
Octavio Paz
París, 1947
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